¿Quién no ha degustado una hamburguesa doble con queso o un gran filete? Seguramente muy pocos, y quienes lo hemos hecho estaremos de acuerdo en el buen sabor de estos platos (a menos de que seas vegetariano). Lamentablemente, la producción o consumo de carne no están exentos de polémica debido a sus fuertes impactos ambientales relacionados con el cambio climático. Debido al constante crecimiento de la población humana, en cuya dieta la carne representa el 40% de la proteína (1), el problema se agrava ya que es necesario aumentar la producción constantemente.
Impactos ambientales y cambio climático
En las últimas décadas han aumentado las publicaciones científicas que alertan sobre el impacto ambiental de la producción de carne y lácteos a nivel global. No es de sorprenderse ya que el 83% de las tierras cultivables del planeta (4), son destinadas a la ganadería o a la producción de piensos (soja) para animales de consumo.
Asimismo, para alimentar a los animales de granja se recurre a la tala indiscriminada de árboles, contribuyendo al 41% de la deforestación. Esto también conlleva a la pérdida de biodiversidad, evidenciada especialmente en zonas tropicales (4).
En estas tierras se practica un uso desproporcionado de recursos como agua, energía y superficie. De hecho, producir 1 kg de carne de ganado bovino requiere de aproximadamente 10 000 litros de agua, cantidad que una familia promedio gasta normalmente en un periodo de 10 meses (3).
Por otro lado, el proceso digestivo del ganado bovino emite metano (CH4) a la atmósfera, un gas hasta 30 veces más contaminante que el dióxido de carbono (2). Este CO2 se desprende a partir de la quema de árboles y junto a las ineficientes metodologías de mitigación de daños ambientales, agravan el proceso del cambio climático mucho más que el sector automovilístico.
¿Se puede hacer algo al respecto?
La respuesta no es tan sencilla pero a nivel individual SÍ. Cada uno puede contribuir a la mitigación de la crisis ambiental y climática reduciendo el número de veces que consume carne y lácteos a la semana e incluyendo más productos de origen vegetal en la dieta. Y porqué no, explorar novedosas alternativas de proteína, como la carne producida a partir de vegetales, en laboratorios o el consumo de insectos.
Referencias bibliográficas en el siguiente enlace: